Es lo mismo con muchas otras situaciones en la vida, todo es consecuencia de algo anterior, una reacción de una acción previa. Esta trama "Newtoniana" está en todos lados, y por más que la intentemos desenredar, nos golpea nuestro rústico sentido de percepción como una manzana que te cae en la cabeza, impidiéndonos comprender todo su alcance e impacto.
Las elecciones que se llevaron a cabo el pasado lunes en Etiopía son un ejemplo de esto, por una parte, muestran un país étnicamente fracturado, consecuencia de una historia cruda que se ha llevado a cabo por años, décadas y quizás siglos. Por la otra, un país que ha experimentado una transformación económica muy rápida, desde la hambruna de los 80 y pasando por la sequía del 2003, el PIB per cápita ha crecido un 600% desde entonces (Banco Mundial 2019).
El primer ministro de Etiopía Abiy Ahmed ganó el premio Nobel de la Paz en el año 2019, pero el año siguiente comenzó una guerra civil contra el TPLF. El TPLF (Frente de Liberación del pueblo de Tigray por sus siglas en inglés) estuvo al mando del gobierno por más de 20 años, hasta el año 2015 cuando fue derrocado por clamor popular a través de sendas protestas callejeras que incluyeron graves hechos de violencia étnica.
La guerra civil de Abiy Ahmed contra el TPLF ha costado millares de vidas, hay más de 2 millones de personas desplazadas, 350 mil en riesgo de hambruna y un sin número de mujeres acusan violencia sexual por parte de la milicia Etíope y Eritrea. Es el crudo presente de un pasado crudo.
El futuro depara muchos desafíos para Etiopía, es de esperar que el pueblo sea capaz de buscar los mecanismos de diálogo y entendimiento para finalmente encontrar la paz.
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